Corso de José León Suárez











En las tres cuadras que van en diagonal,

con orden desparejo


desfila la comparsa.


Un estandarte con flecos y colores


reúne la esperanza,


recuerda sinsabores.




Treinta pibes, ocho minas, tres maricas


y dieciocho grones


bajo un mar de banderines


engualichados se mueven.


Y despliegan como nunca


sus trompetas y tambores:




PUM, PUM, PUM,


Aturdiendo las orejas


de chicos, viejos y viejas


Mientras tanto en el andén, una pareja


se mataba a besos y caricias.




La multitud: excitada en las veredas.


Cuantas taitas¡¡¡¡ Cuantas grelas¡¡¡¡


Corridas, pomos y risas.


Acorralada por ser linda la gurisa


rogaba: “por favor, no me tires en la cara.




Una nena saboreando un chupetín.


Un pibito masticando un choripán.


Un papá con un nene a cocochito.


Y otro pibe todo apretadito


gritaba: Mamá¡¡¡¡


entre la gente y la baranda.




Ahí nomás uno getoneó


Lanzone Manda”¡¡¡¡


y comenzó el entrevero en el gentío.


La mayoría percibió que ya hacía frío


para andar estirando la jornada.




Las luces se desmayaron.


Los banderines cayeron.


Con los pies 


en el cordón de la vereda,


la calle quedó dormida.




La luna se emborrachó


con dos vasos de cerveza


y tres de vino caliente.


Tambaleando fue a sentarse,


en lo mas alto del puente.




El talán de la campana


alertaba la próxima partida,


y el silbato del guarda,


su salida.


Mientras tanto en el anden una pareja


se rompía en una larga despedida.




El carnaval terminó.


Perdiendo todas las almas


el diablo se disfrazó


bien vestidito de chancho


y actuando como carancho


espantó las dos palomas.




El amanecer se acerca.


Adiós corso, PUM PUM PUM,


diablo, luna, pareja


y palabras al oído.


El tren de Suárez se ha ido.


Tan triste todo ha quedado.





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